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Mostrando entradas de julio, 2021

Asedios

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Son los asedios, esas batallas en las que los demonios aporrean las puertas, en las que los muros sufren el acoso de las torres y las rocas de los trabuquetes llueven del cielo, cuando el valor evita dar un paso hacia atrás. Es en ese momento en el que ya no hay nada que perder que entiendes la dureza del ser uno mismo para plantarle cara al infortunio y a la adversidad. Cuando comprendes que todos los caminos de tu vida te han llevado a ese momento en el que los errores, de serlo, son la mayor experiencia. Y las victorias, literalmente tocar el cielo que está reservado a los Dioses. Es en los asedios cuando entiendes que por mucho que esperes a los refuerzos, si las defensas caen, ya no habrá nada por lo que luchar. Porque es en los asedios cuando se decide qué es lo que queremos ser en la historia: si los que se rindieron y abrieron las puertas, o los que resistieron y lucharon hasta su último aliento de lealtad. Es en los asedios cuando realmente nos vemos delante de un espe

Cuando C y D son A

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Siempre hay máximas que nos acompañan a lo largo de la vida, igual que hay cicatrices que te recuerdan derrotas y victorias pasadas. Siempre hay alguna parte de tu cuerpo que almacena esa experiencia, desde un corte hasta un tatuaje, incluso la mirada en el espejo cuando te levantas por la mañana, pero todo tiene un motivo. Todo tiene una razón. Todo tiene un final. La vida es como un árbol, un árbol que crece cada día y que hay que ir podando para que no deje de crecer, en el que cada enseñanza es un aro más en el tronco, una rama más que acaricia los cielos y un animal más que decide habitar en él. Es como las respuestas múltiples en los exámenes tipo test, donde la diferencia entre deber y tener son la diferencia entre el suspenso y el aprobado. Al igual que la diferencia entre pensar y hacer, es el conseguir. Y si estas son las cartas con las que toca jugar la partida, juguemos como si no tuviéramos nada que perder. Como esa vela a la que le arrulla el viento y sigue alumbr

Una lección de Historia

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Dicen los sabios que la Historia, con mayúscula, está condenada a repetirse para aquellos que no aprenden de ella, pero también puede ayudar a quienes buscan repetirla; especialmente para quienes están llamados a hacer de las grandes gestas su seña de identidad. Alejandro Magno no venció en Gaugamela de casualidad a pesar de una inferioridad numérica de cinco a uno contra los persas. Los Reyes Católicos no dudaron en sitiar Granada para finalizar una reconquista que comenzó con cuatro piedras tiradas montaña abajo en Covadonga siglos antes, ni tampoco Blas de Lezo titubeó cuando tuvo que defender Cartagena de Indias de los ingleses con solo seis naves y los obligó a hincar la rodilla. Decía un profesor de Hogwarts que no es el número de seguidores, si no la calidad de las convicciones, lo que marca la diferencia. La calidad con la que Alejandro, Blas, Isabel y Fernando no tuvieron miedo a la responsabilidad de hacer historia, y asumieron de facto que hay latidos que reverberan hast

Koi no yokan

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Todos tenemos una canción; un conjunto de letras y sonidos que nos definen a la perfección, que nos hace imbatibles cuando la escuchamos, o que nos hace llorar recordando tiempos que ya no volverán, momentos que ya no vivirás y que ahora solo viven en ti. Cuando se acercan las decisiones que te cambian la vida, parece que se juntan de golpe todo aquello que es necesario para poder tomarla con la tranquilidad, la consciencia y la seguridad que merecen. Aunque tu mente y tu cuerpo no sean capaces de asimilarlo o de entenderlo. Pero confía en ello, que así es. Y el primero y principal síntoma de esto no es el cansancio, ni la falta de sueño, ni si quiera la ansiedad. Es el descubrir que echando de menos el brillo de unos ojos se te escape una sonrisa de soslayo, el recordar una caricia en el pelo que te despierta malhumorado pero que ahora extrañas, y ese beso que sabes que tendrás para toda la vida si no la cagas. Es el estar seguro de que llegó el momento de dejar de correr y de

Hazlo por amor

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  Hay momentos en los que no apetece escribir. Momentos en los que hay un punto de presión en el pecho, al lado derecho y sobre el pulmón, que molesta más que una astilla clavada en los dedos. Existen esos instantes en los que todo cambia; en los que hoy estás, pero mañana no. Y es precisamente por esos golpes que marcan que es más necesario que nunca el exprimir cada segundo y cada latido por todo aquello que realmente vale pena. Por los amigos y la familia, por los amaneceres que te cogen llegando a casa, por estudiar aquello que siempre quisiste aunque a los demás no les gustara, por sentirte vivo sin dar explicaciones por nada. La vida nunca ha sido justa, y a veces da duros golpes para recordarlo. A veces demasiado duros, cercanos y con quien menos te lo esperas para recordarte que aquí estamos de prestado, y que cada segundo cuenta. Quizás el mayor de los riesgos que podemos asumir es ser realmente como somos, que amemos sin miedo y hasta el último aliento. Que sonriamos