De tenis y tacones
Si nos aplicáramos a ese viejo dicho de que “zapatero a tus zapatos”, o a ese otro que dice que “quien juzgue mi camino, le presto mis zapatos”, nos encontraríamos analizando que tipo de calzado somos. Por un lado estarían los tacones; esos taconazos que te permiten verlo todo desde arriba y que resuene cada paso sobre las losas de mármol de la calle haciendo que el eco de cada pisada reverbere contra los cristales. Podríamos optar por ser las bambas de moda, esas chillonas que tienen unos cordones todos chulos que te harían ser la envidia de los colegas. O quizás incluso unas buenas botas de montaña donde no entra ni agua ni frío, donde los duros corazones de roca se encuentran más cómodos. Incluso hasta esos náuticos que todos recordamos de la misa de los domingos y que calzan más los diablos que los ángeles. Supongo que en mi caso, si tuviera que elegir, me quedaría con mis viejos tenis blancos, si es que el actual color que tienen podría denominarse como tal. Unos tenis que