No claudiques
Como una espada de cristal que te atraviesa por completo, como el ver levantarse delante de tus ojos al titán Atlas que sostiene al mundo. Como ese dolor que te revienta la sien mientras tu corazón bombea la sangre haciendo latir la yugular.
Como las acometidas que realizan los brazos de piedra del destino y que resistes con tu espada mientras no cesa de azuzar, de golpear y de blandir su mandoble contra todo que de verdad te importa, contra todo aquello por lo que luchas y que está dispuesto a destruir.
Como si su única misión fuera el ser amparado por un cosmos que va más allá de navegar a la deriva y que tiene el rumbo fijado en hacerte temblar, en doblarte las rodillas y en verte postrado hasta el final.
Como el último aliento de un rey que le pide a su hijo que no se rinda contra el imperio que asola las puertas de su reino. Como la batalla que se lucha en el silencio de un salón roto por los leños que crepitan en la chimenea.
Como la certeza única de que lo original siempre ha sido mejor que la apariencia, de igual forma que siempre fue mejor ser único que aparentar. Porque ser único, siempre ha sido mejor que ser perfecto.