Solsticios de invierno
Como cada uno de los errores a
los que te enfrentaste y que te hicieron agachar la cabeza haciéndote creer que
no eras digno de ser quien eres. Como los fracasos concatenados, uno tras otro,
que se clavan como puñales atravesándote la espalda. Como esas decepciones que
solo te enseñan a levantar muros de piedra alrededor del corazón para no
hacerte sufrir, ni sentir, ni tampoco padecer.
Porque un día te encuentras
sentado delante de una pantalla recordando tiempos pasados, y te das cuenta de
que el destino te ha dado la posibilidad de ajustar cuentas contigo mismo. De
pagarte con la misma moneada que una vez tuviste miedo a lanzar al aire, y
que cuando lo hiciste, cayó de canto.
No, en esta ocasión no se
trata ni de miedos ni de vergüenza, no se trata de cabezas agachadas ni de
corazones encogidos. Se trata de echarle cojones y arrasar con todo lo que
tengas en el corazón. De vaciarte el alma y hasta de notar como la vida se escapa
de entre los dedos para transformarse en algo más que sudor y lágrimas.
De notar como los ecos del
tiempo reverberan en el espacio, de cómo las cadenas se caen y rompen, de cómo
estalla en el universo la supernova que libera la energía que te hace creer en
la certeza de seguir siendo tú. De mirarte al espejo; de mirar el
brillo de tus ojos y de encontrarte a ti mismo ahí reflejado sabiendo que no
vas a fallar.
De que no habrá hombre, mujer
o fe que pueda apartarte de tu camino.