Desde el Caribdis
Hay
una parte del Apocalipsis de Noctis, transcrito del latín, que dice lo
siguiente:
El poderoso rey, guerrero,
con la espada en sus manos. Batallas en virtud, sobrevive al enemigo. Pero la
muerte viene primero, lo que seguramente vendrá. ¡Es seguro que nos llegará a
todos!
¡Ahora es el momento, y este es el lugar en el que nos mantendremos firmes hasta el último de nosotros!
Por
un instante recuerdas tu juramento. La fe inquebrantable que surgió del
pronunciamiento del corazón, y que surgió desde lo más hondo el mismo día que
el santoral marcó tu onomástica. Ese día el rey, el guerrero, con la espada en
sus manos, juró lealtad.
El
guerrero sobrevivió a las batallas contra el enemigo, y finalmente, un día sin
darse cuenta, la muerte sobrevino arrastrándolo a lo más profundo de sus
pensamientos. A lo más hondo de su Caribdis. A las profundidades del Tártaro.
Toda
una vida de batallas en solitario, de guerras y luchas, una detrás de otra, sin
otra ayuda que la espada que empuñaba en las manos y la responsabilidad que
caía sobre sus hombros. Y cuando se encontró en medio de esa nauseabunda
oscuridad, enterrado en lo más profundo del lodo, recordó que no solo él había
prestado el juramento.
Miró
al cielo sintiendo como la lluvia caía sobre su cara al tiempo que se escapaba
una carcajada y el equilibrio volvía a su interior. Como la magia y la fuerza
restauraron su armonía, y como la razón y la emoción se dieron de nuevo la
mano.
Y
recordó la última de las frases de ese Apocalipsis. De esa historia cantada por
los Sidéreos de mundos lejanos, y es que si ahora es el momento y este es el
lugar, quienes prestamos juramento nos mantendremos firmes. Hasta el último de
nosotros.
Y lo haremos. No claudicamos.