Sinvergüenza
Esto no va de palabras del diccionario, porque trasciende a lo que significan. Porque no hay forma de describir con una sola palabra que le haga justicia a esta sensación que va más allá de la palabra “libertad”. A la maldita e increíble sensación de ser un sinvergüenza en el más desvergonzado y cariñoso término de la palabra.
He descubierto que tengo la integridad suficiente para aceptar y aceptarme. De no destruir individualidades, si no de fomentarlas y de construirlas, y de que eso está por encima de todo. Porque es cierto que la libertad es el más alto grado que existe en el amor. ¿Cómo puedes dominar a la persona que quieres? Sencillamente no lo haces, y no lo haces porque no hace falta para ser feliz.
Y eso lo aprendes con la vida, con los años y la experiencia. Y de que cuando consigues eso, puedes subir de escalón en una escalera cuyo siguiente peldaño es toda una incógnita. Una maldita incógnita que se resuelve mediante integrales; de áreas que se encierran debajo de la curva de una circunferencia que bajo los rayos del ocaso, no deja de brillar.
Supongo que la vida me ha ido llevando por todas esas historias de caballeros, espadas y dragones cambiándome de gremio, pasando por los oficios de arquero y paladín. De ladrón, de asesino o hasta cazador. Pero no hay capa que mejor quede que la de un mago que no llega ni pronto ni tarde, si no cuando el Universo se lo propone.
Un mago con pendientes y barco pirata que terminó encontrando la cruz de su mapa allí donde se termina el mundo; en la delgada línea del horizonte y el rayo verde al que se llega en bicicleta. Un mago que se sentó al borde de un acantilado con la firme intención de ser feliz.