Agua y acero
Levántate y mírate; vapuleado por los cuatro costados, con heridas que emanan sangre como nacimientos de agua, con arrugas en la frente que no te quita el botox ni con un tratamiento de por vida.
Mírate; mírate las manos y las suelas de los zapatos. Detente por un instante y echa la vista atrás no para ser nostálgico, si no para ser consciente de que todo lo que has pasado ha sido por una razón, por un objetivo, y que no depende de los demás el doblegar una voluntad avivada a llamas de acero.
No
dejes que se apague esa llama. No dejes que el acero se enfríe y tome forma. Sé
como el agua que besa la piel quemada y como el fuego que lo consume todo, como
ese instante de comunión entre opuestos, ese punto a estudio que no deja de
sorprender.