Y punto
Por todas
las veces que te dijiste a ti mismo que cuando jugamos a esto, no había nada
que perder. Por todas y cada una de las lágrimas que se vertieron en silencio
sin saber si era el camino correcto o no, solo siguiendo hacia adelante porque
había algo que te decía que era lo adecuado.
Por las
carcajadas generales que después terminaron por convertirse en respeto, y porque
los caminos difíciles siempre fueron los que mejor marcaban la forma de ser, los
que te hacen levantar con más fuerza que la que llevabas en la caída.
Porque
el destino no se escribe, se vive con cada acto que realizamos. Se construye a
base de decisiones que se amalgaman con sueños y sudor, y se apuntalan con la integridad
del carácter, por difícil que sea la situación.
Porque
eso no puede copiarse, y porque nuestra forma de actuar es innata a la concatenación de sucesos que durante décadas te han formado, y eso no puede sustituirse por plastilina deformable. Y punto.