Doce a uno
Como el
caballero que sabe que va a la batalla a morir, y si no es a ello, por lo menos
a sobrevivir con el honor suficiente que le permite no agachar la cabeza a su
regreso. Como el caballo purasangre que evita ser domado por quien lo captura
en las montañas del norte, o como el mar que jamás rendirá pleitesía a hombre
alguno.
Con la
fuerza de los vientos que rujen en el rumor de la tormenta, con el nervio de
los rayos que parten los cielos para iluminar todo aquello a cuanto abarca su poder.
Con el temple del acero, la gallardía de las causas que merecen la pena y la
causa de hacerle frente a lo oscuro que se cierne sobre el castillo.
Dicen
los libros de guerra que los asedios tienen una proporción de doce hombres a
uno para quien quiere asaltar la fortaleza, lo que no dicen esos libros, es que
el valor de ese hombre que está luchando por su hogar, vale más que cien
hombres que busque derribarlo.
Y que como
diría el Papa Francisco: Dios, siempre le ha dado sus batallas más
duras a los mejores guerreros.
Fe en Dios, e ferro a fondo.