Las pilas de Nesperino


El otro día encontré uno de esos anillos que lo son porque los llevas en el dedo, pero que en realidad no era otra cosa que la altura de una chumacera del skiff en el que competí por primera vez en banco móvil. Un skiff al que había bautizado como Nesperino por una soberana coña con un níspero.

La gente que nos rodea tiene planes maravillosos para nosotros, pero somos nosotros mismos quienes decidimos los planes que queremos ejecutar. Es como una tórica destinada a la culata de un motor que terminó siendo la mejor pulsera, o como esa altura que se convirtió en una alianza con un deporte que tanto me ha enseñado. No se trata de los planes que tengan para ti, si no de donde encajes mejor.

¿Hasta dónde estoy dispuesto a llegar? Supongo que esa es la verdadera pregunta.

Hasta el final. Siempre hasta el final, porque esa siempre ha sido mi forma de ser; Hasta que el muro se venga abajo y la piedra sea un canto rodado. Caer, levantarse, insistir y aprender decía Mago de Oz, o que como me dijo cenando una buena amiga: Carga las pilas, ármate de paciencia y no lo dejes de intentar.

Y no dejaré de hacerlo.



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