Despunte solar
No sabría exactamente como definir a la capacidad que tiene un lugar de ayudarte a sanar. De permitirte coser partes del cuerpo que no se rompen, pero se quiebran, y que en algún momento nos hace conocernos mejor en las peores circunstancias.
Es como
cuando acabas vapuleado de una montaña rusa emocional, de subes y bajas, de
giros de 360 grados y subidas en línea recta, que llegas a una meseta antes de
empezar la cuesta abajo y dejar a la adrenalina salir por la boca en forma de
grito.
Hay
lugares que transportan, que curan, que sabe Dios que droga tienen en el aire
que los empapa más allá de la marusía y que te vendan el corazón. De la mezcla
del alcohol de sus bares con el salitre, del verde amanecer que despunta con el
azul turquesa intenso de los cloruros marinos.
Donde se
juntan corazones despedazados con argamasa de salitre, donde se reparan
armaduras quebradas, donde el agua, el fuego y la sal hacen diamantes. Donde,
mientras graznan las gaviotas, tomas la fuerza de un nuevo amanecer.