Una noche de Perseidas
A veces, cuando escribes, necesitas empezar dos veces el mismo texto.
No sé si será la aplicación de notas del móvil, que es una chusta, o que quizás la suerte ha decidido que lo escrito con anterioridad no era lo correcto, pero esto de que desaparezcan las palabras, aunque sea cousa de meigas, no deja de ser algo que toca las narices.
Pero el caso es que escribes de nuevo y caes en la cuenta de que no te das por vencido, de que sigues hasta el final cuando el final parece escrito y, que cuando hincas la rodilla en el suelo, es para coger el impulso suficiente con el que cambiar el grafo de una palabra; si te llega el alma lo suficiente como para combatir una vez más.
Y lo haces, porque las batallas perdidas son las que no se libran, porque sigues creyendo dentro de ti que los muros se caen si es a base de persistencia y tenacidad. Que las cosas que importan se persiguen, cuidan y protegen.
Y dudas, dudas mucho, pero algo en la oscuridad de tu interior te dice que no dejes de intentarlo, que no lo dejes de intentar. Que no te rindas.