La canción del mar


Las personas cambian cuando coinciden en el tiempo: que han aprendido demasiado, que han sufrido lo suficiente y que se cansaron de lo mismo. El cambio no es de la noche a la mañana, no es cuestión de días o semanas, y todo empieza con el valiente paso de aceptar que ese camino no es el que te hace ser tú mismo. Es aceptar la soledad como punto de partida y asumir que hay ramas del árbol que cortar.

Pasas por ese periodo de glaciación universal aunque sea verano, ese tiempo en el que aprendes lo duro que es levantar de nuevo la fortaleza, y por ello no dejas que cualquiera entre en su interior. Esas semanas de ocaso estival en las que derrumbas lo que no sirve, echas del castillo a quienes restan energías en la reconstrucción y pones orden en tu casa.

Con el otoño empiezas con las reparaciones y tapando solucionando goteras. Poco a poco te vas encontrando más fuerte, más seguro. Más tú. Que han pasado las estaciones, que se va acabando el invierno y se acerca la primavera. Que todo empieza a estar bien. Que te vas reconstruyendo sobre los cimientos de quien fuiste hace algunos años para volver a ser.

Que hace meses cuando has metido la pala para demoler todo aquello que ya no servía, hiciste bien. Que duele, pero no tanto como renunciar a ser tú mismo; a ser arena y mar, cristales y conchas. A ser fortaleza y lealtad.



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