Un buen corazón
Hay
cosas que puedes entender, porque hasta no hace mucho eras igual. El “yo puedo
con todo” personificado. El roto que mantenía la grieta y se resquebrajaba sin
romperse, hasta que llega un momento en que partes en cien mil pedazos. Ahí
todo cambia. Ahí cambiaste.
Cuando
eso ocurre tienes dos formas de arreglarte: O con Loctite o con oro.
El
Loctite lo tienes en una ferretería. Disimula las grietas si todo encaja bien y
cumple su funcionalidad. Te deja medianamente decente y nadie se entera de que
se rompió en algún momento. Es homogéneo e igual para todos, al alcance de todo
el mundo en cualquiera de las estanterías de cualquier supermercado. Pero luego
están las reparaciones que se hacen con oro.
Existe
una técnica japonesa que se llama Kintsugi, que consiste en pegar las piezas
visibilizando sus grietas, por donde rompió, haciéndolo más duro y diferente. Y
eso es lo que lo hace distinto y auténtico. Lo que lo hace totalmente disímil a
los demás; el no renunciar a lo que es o a lo que ha sido, a no ocultar la
grietas por donde se rompió.
Incluso
los hay que en el pasado han sido hijos de puta, y con el tiempo y las roturas
que les ha ocasionado el karma, han tenido a bien transformarse.
Y cuando
un corazón se ha roto de verdad y lo han reparado con oro, no va a volver a
romperse como si lo hubieran reparado con Loctite. Por eso nunca se debe
renunciar a tener un buen corazón; nunca sabes cuando alguien podrá
necesitarlo. Incluso quien reniega de ello.