Diosa interior

Hace años hubo una persona a la que le tenía un gran aprecio que se fue de mi vida demasiado pronto. Fue algo durísimo, algo que me enseñó a valorar lo rápido que pasa el tiempo y lo poco que vivimos sin darnos cuenta de ello. De los días que pasan más pendientes de pijadas varias que de sonreír de tal forma que los ojos brillen a lo Lola Flores, porque el brillo de los ojos no se opera.

Esa persona me habló en su momento de la existencia de una diosa interior, de un ente que todos llevamos dentro pero al que no todos sabemos escuchar. Esa voz que, en ocasiones, nuestro cerebro intenta acallar con esa gaita de querer que todo sea racional. Hasta lo más pasional que exista.

Esa deidad no tiene la misma apariencia para todo el mundo, de hecho, cada persona se la imagina de forma diferente. En mi caso, siempre he dicho que tenía el aspecto de Carmen Miranda con un enorme cesto de frutas en la cabeza, un buen par de maracas y un revólver Magnum.44 en el liguero. O quizás con un AK-47 en la espalda, dependiendo del día.

Supongo que es cosa de la sangre del otro lado del charco y de la que nunca he renegado. Al fin y al cabo, es el 25% de mi identidad genética.

La diosa interior es quien equilibra la balanza. La que crece contigo y te ayuda a cambiar, si es tu decisión hacerlo. De igual forma que desaparece si decides no hacerle caso. Es alguien que siempre estará ahí para quien desee escucharla, porque ese, y sólo ese, es el verdadero quid de la cuestión.

De tener el valor de seguir el camino que te marca tu intuición; de no perder el brillo en la mirada.



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