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Mostrando entradas de agosto, 2024

Artema

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Cuando uno decide no cambiar, el pasado y el futuro no dejan de ser lo mismo; se está condenado a repetir los errores hasta que no se aprenda de ellos.  Esto me recuerda de igual forma a las intenciones de Artemisa, la némesis del Final Fantasy VIII, que con la compresión del pasado y del futuro en el presente, en un único momento, quería ser la única existencia para logar el control de todo el mundo y acabar con la existencia humana. Vivimos creyendo que un futuro prometedor nos salvará de un presente jodido por miedo a enfrentarnos al ahora. Que omitiendo los problemas, ellos solos terminarán por desvanecerse. Eso lo intentó Bastián en  La Historia Interminable cada vez que quería saltarse el capítulo de la muerte de Artax porque era muy duro, y el libro repetía las páginas una y otra vez hasta que las leyera por completo. La historia no avanzaba hasta que cada frase fuera leída. No debemos saltarnos los capítulos de nuestra historia por dura que sea, porque no lograremos cambia

Tiempo presente

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Dejamos de ser dueños de nuestra vida en el momento en el que comenzamos a contar el tiempo; el momento en el que nos olvidamos de vivir el presente por el miedo iracundo a cualquier cosa externa a ese momento, al aquí y al ahora, a lo que nos pide nuestro interior. Desde que el ser humano tuvo la necesidad de cuantificarlo todo en horas, meses o años, la intensidad de la vida se apagó de golpe. Nos olvidamos de la importancia del momento, del sentir, de la pasión y de la fuerza que hay detrás de una puesta de sol, de un beso o una caricia. Nos perdemos en el día a día diciendo que el futuro es nuestro, cuando lo realmente nuestro es el presente, el fluir en el hoy. El futuro no existe, sólo existe el tiempo que se nos ha dado. Lo que hagamos con ese tiempo, es sólo nuestra decisión. Y como me dijo un buen amigo entre cañas de inicio de fin de semana: Que el fluir con la vida, es un estado de paz mental.

Emotion

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Leí una frase en LinkedIn que decía: Las personas nacemos y morimos siendo todo emociones, pero que, en medio, la liamos parda. Nacemos siendo un puñado de emociones y nos vamos a morir cargados de ellas. Es lo único que va a acompañarnos a lo que quiera que haya al otro lado; llámese reencarnación, cielo o la nada. Enamorarse de tu propia vida, de hacer las cosas por las que sientes pasión, de amar sin ataduras, de decirle a la gente que te importa que la quieres aunque te dé vergüenza, de arriesgarte por los sueños que tienes, de hacer el ridículo, de llorar y reír a carcajadas a partes iguales. Supongo que los intensos para esto no tenemos medida, pero es que a la vida hay que irle con todo, porque realmente no tenemos todo el tiempo del mundo. Todos vamos a morir, con suerte viviremos 80 veranos a lo largo de nuestra vida, y cuando te mueras, llegará un momento en el que ya no habrá nadie que se acuerde de ti. Si no, mirad la película de Coco. De nada sirve vivir pendiente

Insiste, persiste y resiste

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En nuestra vida somos los que arreglamos la casa, pintamos las paredes y montamos los muebles. Somos los que cocinamos, los que ponemos el mantel y los platos. Somos quienes ponemos la mesa, porque cada mesa es diferente, y no en todas las mesas se sienta cualquiera. De igual forma que no tenemos la capacidad de obligar a nadie a sentarse a comer. ¿Alguna vez has llegado a extrañar tu propia energía? ¿A sentirte como si no fueras tú, o como que estás fuera de lugar? Pues cuando la recuperas, la valoras más que nada. Y cuando la pierdes, tarde o temprano terminas por recuperarla; a reconectar y a decir: Así, coño. Aquí es. Y cuando lo haces, tienes especial cuidado con quién decides compartir tu energía. Reduces los círculos de amistad a los auténticos e imprescindibles, medio abandonas las redes sociales, pasas de las relaciones vacías y te centras en construir lo que quieres ser. A veces recuperar esa energía puede llevarte algún que otro año, e incluso cambiarte por el camino.