Ventanilla
Hay preguntas
que requieren de mucho tiempo para pensar en su respuesta. Sobre todo, si una de
ellas es la eterna pregunta de cómo te definirías.
Necesitas
tiempo de experimentar algo de dolor y júbilo a partes iguales para darte
cuenta de lo bueno y de lo menos bueno, de quiénes son tus ángeles y demonios; de lo que hay al otro lado de la noche más oscura.
Que
necesitas que te duelan los talones de no saber caminar por avanzar siempre de
puntillas, en lugar de apoyar el pie desde el talón en cada paso; de sentir el dolor de tener que estirar
los tendones y generar músculo en los gemelos. Aunque duele más el no crecer
todo lo que debieras hacerlo, y no hablo precisamente de la altura.
Podrías ser
la frase de pasión con cabeza, la de puntos extremos que se tocan, corazón de
piedra relleno de algodón… Pero no. Esta clase de definiciones surgen cuando
menos te lo esperas, como todo lo que realmente vale la pena.
Y es que
un día, una tarde soleada de una recién estrenada primavera, y aún con algún
rastro de salitre en la cara, vas en el coche con la ventanilla bajada recordando
lo que fue esa sensación de sostenerse la mirada durante más de un segundo. Y te
reconstruyes por dentro.
Porque,
mientras suena Save the rock and roll del grandísimo Elton John con Fall
Out Boy, te das cuenta de que eres música alta y la melena al viento.